CULTURA Y ESPECTÀCULOS
lunes, 15 de mayo de 2017
lunes, 1 de septiembre de 2014
DE
ANTON CHEJOV 1860-1904
Teatro
General San Martín-Sala Martín Coronado, de Miércoles a Domingo.
La
deficiencia del ser humano no es la pobreza o carencia de bienes materiales,
sino la incapacidad de entender el paso del tiempo, las transformaciones, las
pérdidas y su propia decadencia. Eso es lo que muestra este “clásico” teatral
estrenado en 1904.
Esa
aparente simpleza de Chejov, que logra presentar ante los ojos del espectador
temas fundamentales en la vida contando una historia común: el paso del tiempo,
el pasado irrecuperable, las nuevas generaciones ocupando inexorablemente los
espacios que dejan las anteriores, las trasformaciones constantes de las
circunstancias que condicionan al hombre, todo presentado con un desarrollo
fluido, sin grandes desvíos que distraigan de la trama principal. No esuna
historia compleja ni tiene final sorpresa. Nada pasa y pasa todo.
La
historia es simple: una familia aristocrática propietaria de una hacienda con
un bosque de cerezos que rodean la casa principal en la Rusia del siglo XIX. No
quieren o no pueden cambiar su forma de encarar la vida, para ellos no ha
llegado la Revolución Industrial ni los cambios sociales, que al final los van
a arrastrar a ellos como un tsunami.
En un
espacio escénico deslumbrante, de una imaginación y perfección técnica pocas
veces vista. Proyecciones con animación, realmente caen las hojas de los
cerezos!, gran profundidad, y un muy
buen aprovechamiento de las posibilidades de una sala como la Martín Coronado
del Complejo teatral General San Martín, única en el país.El vestuario es
exquisito, con diseños y colores que dan la sensación justa de verosimilitud
para mostrar la apariencia de esa aristocracia venida a menos de la Rusia
decimonónica. Estos dos rubros son mérito de Eugenio Zanetti, de extensa
trayectoria en nuestro medio (no olvidar su Drácula en el Teatro Odeón de
Buenos Aires con dirección de Sergio
Renan en el año 1979 entre tantas otras) y ganador de un muy merecido
premio Oscar en 2000 en Hollywood por dirección de arte. El diseño espacial y
escenográfico tiene por partes iguales algo de material y de etéreo al mismo tiempo.
La
dirección de Helena Tritek es, como siempre, una de una precisión de relojería,
pero no se notan los artificios mecánicos, sólo se intuyen.
Las
actuaciones son excelentes. Empezando por Cristina Banegas, una de nuestras
mejores actrices, una constelación de matices y
recursos profesionales, jugando el papel principal, como Liuba, la gran
dama que siempre está con una corte de sirvientes, familia y vecinos, pero que
en realidad está con miedo a perderlo todo y fundamentalmente y por sobre todas
las cosas está sola. Vuelve de París para recuperar su propiedad y la felicidad
de su infancia, y no logra ni una cosa ni la otra.También destacamos la
actuación de Alejandro Viola, en un rol que no estamos acostumbrados a ver
dentro de sus trabajos. Todos tienen un buen nivel interpretativo, con actores
como Mario Alarcón, Gustavo Rey, y actrices como Maruja Bustamante y esa gloria
de Nelly Prince. El papel de Esteban Meloni (que representa aTrofímov el
intelectual que descree de los bienes materiales y apuesta por la libertad y el
idealismo) está hecho con fervor y oficio.
Todos
han brindado lo mejor hasta los bailarines y los músicos.
Obra
para no perderse, en resumen, de esas en que uno sale de la sala reflexionando
sobre temas muy profundos. Y con la sensación de que todos en algún momento hemos
perdido en el pasado algún jardín o la
infancia ola juventud.
ALBERTO
DI NARDO
TEATRO- “ DON
JUAN Y FAUSTO”
De Christian
Dietrich Grabbe. Elenco: Nicolás Balcone, Ariel Leyra, Zuleika Esnal, Emiliano
Carrazzone, Fernando Iglesias, Alejandro Mazza, Eva Matarazzo, Esteban Maggio,
Laura Serial. Puesta en escena y dirección: Daniel Suárez Marzal y Gonzalo E.
Villanueva.
Palacio
Barolo- Avenida de Mayo 1370, Domingos 20 horas.
“Don
Juan y Fausto”, del
alemán Christian Dietrich Grabbe (1801-1836), narra el encuentro de estos dos
personajes míticos, referentes de la cultura latina y germánica, y su
enfrentamiento por la misma mujer, Doña Ana, síntesis de la femineidad y el
deseo.
La acción transcurre en Roma, adonde Don Juan viajó
acompañado por su fiel sirviente Leporello, en busca de aventuras y con
el objetivo de conquistar a doña Ana, quien pronto se casará con Octavio.
Al mismo tiempo, Fausto invoca al Demonio en la figura del Caballero para consultarle por el fin último de las
cosas, quien se lo resume en el Amor, encarnado en esa misma mujer. Es así como
Fausto pergeña una estrategia para correr de su camino a Don Juan, raptar a
Doña Ana y llevarla a su castillo en la cumbre del Montblanc. Hasta allí irá
Don Juan para enfrentarse con Fausto.
Ante la
negativa de Doña Ana a acceder al amor de Fausto, éste la asesina. En el último
enfrentamiento entre los dos personajes principales, el triunfador será el
Caballero, quien poseerá finalmente sus almas y se declarará victorioso por
sobre el egoísmo y la arrogancia humanas.
La obra fue montada por primera vez en Hispanoamérica en 2013 por esta
misma compañía y constituye un hito destacable de la dramaturgia, ya que
convoca a dos personajes universales de la literatura y el teatro. Este hecho
de intertextualidad, habitual en tiempos posmodernos, presenta momentos de gran
originalidad.
Sólido elenco
y una precisa puesta que aprovecha todas las posibilidades del sótano del
Barolo. Nada mejor que las entrañas de este edificio inspirado en la Divina Comedia del
Dante, con inscripciones en sus columnas y cúpulas que nos recuerdan el
infierno, el purgatorio y el paraíso.
Quien obra mal
en su vida, termina mal, como aquellos que desafían y pactan por su alma con la
banalidad y la ambición, ya sea de dinero, poder, mujeres o eterna juventud. En
el final entra en escena la inexorable muerte como tema recurrente, tan antiguo
y siempre actual.
Tarde o
temprano llega el castigo, que no es humano, sino celestial. O para decirlo según
la sabiduría popular: Quién mal anda, mal acaba.
ALBERTO DI NARDO
sábado, 31 de agosto de 2013
TEATRO /
LA HISTORIA DEL SEÑOR SOMMER
De Patrick Suskind, con Carlos Portaluppi.
Dirección Guillermo Ghio
Teatro Timbre 4, México 3554, Boedo
El bávaro Patrick Suskind, nacido en 1949, es uno de los escritores más
interesantes de las últimas décadas, autor entre otras de esa muy buena novela
que fue llevada al cine: El Perfume
(1985).En la cartelera porteña se están representando dos de sus creaciones: El contrabajo (1981) y la obra que se ha
reestrenado y que hoy nos ocupa, La historia del señor Sommer(1991).
Lo virtuoso de su escritura se puede apreciar en este relato de la
niñez, contado por el protagonista, un joven entrando en la madurez, que condensa
entre delicadas evocaciones, múltiples líneas de desarrollo para hablar de las
cicatrices que deja la infancia, la génesis de los miedos, la descripción y
análisis de la sociedad alemana de los años sesenta, las obsesiones propias y
ajenas. Todo en un monólogo, si se quiere frío, conciso, sintético, pero dicho
con toda la emoción posible y arropado por una escenografía y puesta de luces
minimalista que aporta calidez, que refleja el proceso que se da en el
protagónico, reacomodando sus vivencias y recuerdos, las luces, responsabilidad
de Adriana Antonutti y Pablo Armentano, exactas para marcar
cortes y climas.
El atribulado personaje, como dijimos, es un adulto, que evoca su
pueblo, un paisaje bucólico, los compañeros del colegio, el primer
enamoramiento, su familia y muy especialmente una imagen de enorme peso en su,
a veces, reticente memoria: el señor Sommer, un extraño personaje del lugar.
El espectador se deja seducir por el humor que poco a poco deviene en
tensión que crece.
Hemos visto esta puesta el año pasado, en abril de este año y ahora; es
notable como se ha “afinado” el trabajo, la obra fluye naturalmente, se ha
logrado una gran precisión con la dirección general de Guillermo Ghio, director y docente de prestigiosa y larga
trayectoria, también responsable aquí de la adaptación escénica, espacio
escénico (que resuelve con pocos pero importantes elementos) y la selección
musical. Hay sutiles acciones como por ejemplo el descorrer al principio de la
obra las telas y plásticos que cubren los muebles y el piso del ámbito en
refacción donde trascurre la obra y al final de la misma cuando todo vuelve a
su lugar. ¿Descorrer los velos de la
memoria? .
Mención aparte merece uno de los grandes actores de la actualidad, que
cuenta en su haber con grandes trabajos
en cine, teatro y televisión: Carlos
Portaluppi, talentoso, de carácter y dueño de una inagotable reserva de
matices, que van del susurro a la explosión, con una expresividad fuera de lo
común.
No vamos a decir nada más, ustedes, como espectadores, pueden hacer cada
uno su propia lectura de la obra, de eso se trata el hecho teatral, para
nosotros una posible puede ser la indagación en los recónditos y a veces obscenos
pliegues de la memoria.
El aplauso final en la sala nos ahorra abundar en esta nota con mayores
comentarios.
Una obra de calidad, hecha con gran calidad.
ALBERTO DI NARDO
Setiembre 2013
lunes, 5 de agosto de 2013
ATILIO JORGE CASTELPOGGI -POETA-EL AMANTE DE BUENOS AIRES
ATILIO
JORGE CASTELPOGGI
Como humanos
y torpes cronistas, solo nos limitaremos a describir parcialmente el paso de
alguien por este mundo. Sabemos que se corporizó un 18 de Abril (Viernes Santo)
del trágico año 1919, en la calle Mármol casi Constitución, en Boedo, Buenos Aires.
En su
infancia, feliz y apacible encontraremos las raíces de sus poéticas y
evocativas imágenes, uno de los ejes de su obra.
Ramón Columba
le preguntó alguna vez al primer
diputado socialista de América: Alfredo L.
Palacios quién lo había iniciado en el socialismo, éste respondió: “En
el socialismo me inició mi madre. Ella puso en mis manos el Nuevo Testamento,
con el Sermón de la Montaña, y llegó a apasionarme la figura de Jesús. Yo tenía
once años de edad”
La madre de Castelpoggi:
Lidia Núñez , de Gualeguay, Entre Rios, poseía una profunda fe católica y su
padre: Atilio Ernesto Aquiles Castelpoggi simpatizaba con las posturas del
socialismo de Juan B. Justo. De esa combinación
surgió la religiosidad y
sensibilidad por los humildes que lo acompañó a lo largo de toda su
vida.
Estudió en el
Comercial Hipólito Vieytes, tuvo como compañeros a José Alfredo Guzmán
Etcheverry, Juan Trilla y Antonio Cafiero.
Mal alumno de
castellano, aprendió a querer la literatura con su profesor: el doctor
Florencio Sanguinetti, padre.
A los
diecinueve años militó en F.O.R.J.A. , donde conoció a grandes figuras del
mundo político y cultural: Gabriel del Mazo, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo
Jauretche, Darío Alessandro, Luis Dellepiane y Homero Manzi.
Comenzó a
cursar sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Económicas en
1941. A partir de ese año y hasta 1943 fue empleado de la entonces Dirección
General de Réditos.
Se recibió en
1945 y trabajó en la Unión Obreros y Empleados Municipales y luego en la
Secretaría de Trabajo y Previsión de la Nación y en el Sindicato del Calzado.
Por esa época estudió Derecho, tuvo como
profesor al Dr. Alfredo L. Palacios.
Manzi fue el
que le aconsejó: “Cantale a los adoquines de Boedo y a los tacones de las
chicas del barrio y sobre todo detenete en las brumosas noches de invierno,
observá las paredes descascaradas porque también de allí salen los fantasmas de
la poesía”.
Y le cantó al barrio y a su ciudad, pero también plasmó lo social y
los laberintos del inconsciente y la indagación filosófica.
El poeta Luis
Ricardo Furlan en su artículo “La Generación del 50 en la poesía Argentina”
aparecido en “Noticias Gráficas” (2-7-61) escribió: “Alrededor de 1950 la
aparición de un grupo de poetas que
replanteaban el significado y el ejercicio de la literatura, se evidencia una preocupación social y un carácter
nacional que revalorizará lo porteño en sus rasgos más populares”.
Este autor
ubicaba a todos los no vanguardistas dentro de un denominado “neohumanismo”,
pero la lista de los poetas era bien diversa.
Mario Jorge
De Lellis y Roberto Hurtado de Mendoza
dirigieron “Ventana de Buenos Aires”,
que comienza a editarse en 1952 y fue una
revista literaria con una estética
distinta a la del grupo ·”Poesía de Buenos Aires”, propuso una postura
antivanguardista, antiextranjera y antirrómantica (en comparación con las
décadas anteriores), nacionalista, popular y porteña.
La idea era “vivificar el idioma” y una de sus
claves fue la aceptación de la palabra coloquial, a través de lo cotidiano
llegar a los grandes problemas del hombre. Castelpoggi se desempeño como secretario de Redacción entre 1953 y 1955.
Algunos de
los vinculados a esta publicación
mostraban cierta preferencia por la temática porteña o nacional, el lenguaje
directo y, en algunos más que otros, el compromiso ideológico: Nira Etchenique,
Martín Campos, Fernando Guibert, Osvaldo Rossler, Héctor Yanover, Luis Ricardo
Furlan y Fermín Chavez.
Fue uno de
los representantes de esa etapa: un poeta lírico que fusionaba la voluntad
nacional con la nostalgia y el amor al barrio, y a la vez todo equilibrado con preocupaciones
metafísicas, la búsqueda de una expresión clara y comprensible que no actuara en desmedro de lo formal.
Solía
explicar su evolución estilística hacia
una poesía basada en “ la sensación que queda intacta al desgastarse la
anécdota”, mediante el “camino del misterio” y la “música del silencio”.
En “Diálogos”
de Alejandro Elissagaray manifestaba: “Mis preferencias poéticas corren por
otro lado. En cuanto a los italianos, debo citarle a los clásicos Petrarca y
Dante Alighieri, pero sobre todas las cosas a los contemporáneos Giusseppe
Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Eugenio Montale y Vicenzo Cardarelli, por el
aporte que le han brindado al género y el universo peculiar que han sabido
construir. Sin lugar a dudas, dentro de la producción del siglo, son superiores
a los españoles, con la excepción de Antonio Machado, Federico García Lorca,
Miguel Hernández, Vicente Aleixandre y Pedro Salinas. No quiero olvidarme
tampoco del portugués Fernando Pessoa y del griego Odysseo Ellytis.”
Comprendía que los temas políticos y sociales pueden ser
materia de la poesía y no lo contrario. Miguel Angel Asturias elogiando al poeta
dijo: ”Es una poesía invadida por el
hombre y un ejemplo de poeta que vuelve a consustanciar su canto con la
realidad del mundo”.
Lector de
Heidegger y sus postulados filosóficos, conocía los senderos de exploración de
la existencia.
De carácter amable,
elegante, fino en sus observaciones, de corazón grande y sonrisa franca, era
una especie de gran Caballero, amigo de todos y querido por todos. Pablo
Penelas Alurralde escribió en 1997: “Precisamente, en esa natural sonrisa, se
guarece quizás el secreto del sabor real de la vida, o del significado que ésta
representa para el poeta: alegría, conocimiento, sencillez y trascendencia.
Esta es la imagen que transmite Castelpoggi, no solo a través de su semblante o
de su manera suave de hablar, sino también la de una peculiar postura ante la
existencia, ante el mundo; aquel que indaga, que descubre o que siente el devenir
del espíritu y los caminos del hombre en la búsqueda de la fecunda luminosidad
interior”.
Fue un
buceador de la nostalgia, que según él, “es solo memoria viéndose pasar”.
De
imposible encasillamiento, formalmente singular entre los de su generación, su
manejo de la metáfora y sus imágenes novedosas (similares y distintas a las de
Manzi y Expósito) fueron las herramientas de su solitaria construcción. Ibsen
dice por Stockmann: “El hombre más fuerte es el que está mas solo”.
Rescató
como un arqueólogo miles de imágenes. En el antes citado libro de Elissagaray
declaraba: “Otra disciplina artística que me acompaña muchísimo desde siempre
es el cine. De él pude extraer la técnica del montaje para aplicarla en
algunos de mis poemas”.
Integró
brevemente el grupo de poetas “El Pan
Duro” junto con Juan Gelman, Héctor Negro, Julio César Silvain. Juan Hierba,
Rosario A. Mase, Jorge De Luca, José Santirso, Hugo Ditaranto, Nicolás Reches y
otros.
En
1951 ganó el Premio Iniciación junto con Amelia Biagioni y Alfredo Veiravé. En 1952 publicó “Tierra sustantiva”, ediciones Señal en el
Alba.
Luego en 1954
“Los hombres del subsuelo”, ediciones Señal en el Alba, Faja de Honor de la
Sociedad Argentina de Escritores.
En 1955 su poesía fue incluida en la selección
publicada en Montevideo: ”Dieciocho poetas jóvenes argentinos”.
Su adhesión
al peronismo determinó que, por su seguridad, era menester abandonar el país y
en 1956 gracias a una beca de la Cancillería de Brasil dictó un curso de
Castellano sobre autores argentinos y latinoamericanos en la Universidad
Pontificia de Río de Janeiro.
Ese año
aparece “Cuaderno de noticias”, editorial Signo, una clara visión sobre el
imperialismo.
Fue , quizás,
un puente entre los anteriores guerreros literarios del Grupo Boedo y las
nuevas generaciones, que aún hoy sorprenden, como Derlis y Lois.
En 1958, como
asesor literario de Radio Municipal, con la colaboración de Alvarez Vieyra y
Margarita Durán, introdujo el tango en esa emisora, donde era exclusiva la
música clásica, en el espacio titulado “Conciertos para el mediodía del
domingo”, donde se destacaron Aníbal
Troilo, Astor Piazzolla, y Roberto Goyeneche entre tantos otros.
Fue
periodista del Ministerio de Salud Pública desde 1958 hasta 1969.
En 1959
publica “Poema al barrio”, edición del autor y “Frente del Corazón” editorial
Tirso.
De 1960 es
“Destino de Buenos Aires”, ediciones Pleamar, Premio Ciudad de Buenos Aires
otorgado por un Jurado integrado por Enrique Larreta, Ricardo E, Molinari,
Jorge Luis Borges, Lisardo Zia y Fermín Estrella Gutiérrez.
El ensayo “Miguel Angel Asturias, un poeta
narrador” de 1961, editorial La Mandrágora (publicado por Albin Mitchell en
francés en 1969). Al producirse la edición del libro en ese idioma vive unos
meses en París donde dicta conferencias.
En 1962 volvió a Río de Janeiro y Porto Alegre
para brindar recitales de su poesía.
“El alucinado” de 1963, ediciones
Pleamar, inicia un nuevo registro en su
poesía que expresa el mundo onírico o el inconsciente, Premio
Leopoldo Lugones de la S.A.D.E. y el Fondo Nacional de las Artes.
En la misma línea en 1967 da a conocer “Las máscaras”,
editorial Kraft, que obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las Artes.
Desde ese año
hasta 1972 se desempeñó en la Oficina de Publicidad Cinematográfica junto a
Manuel Antín.
También
trabajó en la Biblioteca del Congreso de la Nación desde 1973 a 1976.
De 1980 es
“El adiós incompleto”, ediciones de la Fundación Argentina para la Poesía,
Premio Dodero.
La misma fundación edita al año siguiente “Los oficios
anónimos”.
Gran
repercusión alcanzó en 1983 la aparición de “Buenos Aires mi amante”, ediciones
La Ciudad de los Poetas, Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la
Poesía.
Elizabeth
Azcona Cranwell escribió sobre este
trabajo en “La Nación” del 18 de Octubre de 1992: ”Lo que vemos siempre aparece
bajo una nueva luz. La de la empatía profunda con la ciudad donde nació y se
vive. Aunque para nosotros sea lo corriente, lo cotidiano lo que tal vez
amemos más de lo que creemos amar, es para Castelpoggi una imagen de algo más
vital y trascendente para quien la muerte es un exilio, es no estar aquí”.
El autor
declaraba: ”Hay un dato curioso al respecto. A caballo de la indagación de los
intersticios urbanos surgió una gradual distensión en mi poesía, es decir un
camino signado por la libertad formal en el estricto sentido de la expresión.
Buenos Aires engendró en mi el ser ciudadano, la naturaleza de hombre
meditabundo y eternamente solitario, pero también el ser poético, la
vertiginosa huella de lo desconocido, me ayudó a recalar en los acantilados de
la creación. Soy lo que soy a través de Buenos Aires porque Buenos Aires es el
mundo.”
En 1988 su
“Oratorio menor de un aborigen”, editorial Vinciguerra, obtiene el Primer
Premio de la Fundación Dupuytren.
De 1989 es
“El exilio de mis personajes”, editorial Vinciguerra, donde aborda la cuestión
filosófica de forma mas completa que en el resto de su obra, Primer Premio de
la Poesía Bienal 1988-1989 otorgado por la Municipalidad de la Ciudad de
Buenos Aires y el Segundo Premio Nacional Cuatrienio 1988-1992.
“Pecado de desmesura”, de la misma editorial,
apareció en 1991.
“Confesiones de un búho encantado”, de 1994,
ediciones Graffiti, Montevideo, Rep. Oriental de Uruguay.
Publica en
1995 “Apenas un cuidador de palabras”, editado por Torres Agüero.
“Los de mi
sangre”, de 1996, reúne lo social y lo histórico.
En “Mitología
de mi infancia”, del mismo año, editorial Nueva Generación, rescata los
personajes del cine que lo maravillaban
en su niñez.
Y en 1997
“Una calle fuera del Tiempo”, ediciones Junta de Estudios Históricos de Boedo.
José Gobello afirmó entonces: “Obras como ésta, nacida del
amor y no del cálculo, no deben ser arrojadas al albur editorial, sino
presentadas como lo que son, hechos culturales, en su propio ámbito, que es el
de la cultura... Castelpoggi no es cuando se expide en prosa menos poeta que
cuando escribe en verso. Tal vez mire la vida bajo las especies de una vasta y
bella metáfora, tal vez no salga al mundo tangible sino cuando la condición
humana, que también padecen los poetas, lo hace indispensable. El alma lírica
de este gran poeta se brinda entera en este libro que no es propiamente ensayo
ni poema; que es, en suma, la biografía de una emoción que no cesa”.
Jorge
Göttling dijo: “En ‘Una calle fuera del Tiempo’ se hace visible su obsesión por
rescatar la memoria barrial”.
“El barrio no
es solo un lugar geográfico, sino un mito que llevamos en el corazón”,
escribió el autor en la página 9 de este
libro.
Pero su
nostalgia no es la de los que se quedaron en el pasado.
Decía:
“Simplemente transmito la angustia ante la irrupción de un modo frívolo de
concebir la vida urbana, fuera de toda búsqueda histórica u ontológica y más
proclive a los embustes de una cultura colonial. Creo que a partir de este
desgarro existencial, por decirlo así, puede entenderse la naturaleza de mis
textos”
Entre 1989 y 1992 integró el Directorio del Fondo
Nacional de las Artes como director de Letras de esa Institución.
Fue nombrado
Caballero de la Orden del Lengue por la Cofradía del mismo nombre y Socio
Honorario de la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo.
Con el músico
Jorge Milikota escribió milongas:
“Memorias de un payador moreno”, “Yo quiero quererte así”, candombes :
“Mulata de voz profunda” y “Aquella negra de amor”, también la canción
“Asalto”.
Por
Ordenanza Nº 50260 del 8-12-95 emitida por el Cuerpo
Legislativo y refrendada por el Poder Ejecutivo Comunal según Decreto 89/96 del
8 de enero de 1996 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo declara
Ciudadano Ilustre. En el mismo año la Sociedad Argentina de Escritores por el conjunto de su obra poética le otorgó
el Gran Premio de Honor. Esta distinción
la recibieron por ejemplo: Olga Orozco, Silvina Ocampo, Victoria Ocampo, J.L. Borges,
Ernesto Sabato, Adolfo Bioy Casares y Marcos Aguinis, entre otros.
Solía definir
su poesía ”como netamente urbana aunque al mismo tiempo metafísica, ya que su
paisaje central es el hombre”.
Decía: ”La
poesía genera por medio de la imagen algo concreto, su semántica y algo
abstracto, su música”.
San Juan y
Boedo apretando mis ojos.
Algo de Manzi
estira tus canciones,
..la
sensación de pasos por adentro
La melena
tibia de alguna muchacha
..que prende
mariposas de alegría
..entre mis manos de hombre.
Pienso que la
muerte es un exilio,
..es no estar
aquí,
..no poder arrancar
de las lágrimas la gruta
del regreso,
perder el
recuerdo.
He nacido en
tu Sur
..nombrado
por un tango.
Vuelvo a
verte como una novia
..un tanto
abandonada.
Me reflejo en
el ancho horizonte de tus calles
..hermosas
..como si de
pronto fueran un espejo en silencio.
Vivo en ti.
Te canto.
Y estoy aquí,
solo, caminando.
Desde 1993 a
1997 fue vicepresidente de la Fundación Inca.
Su padre le
dijo cuando era adolescente: ”El arte hace la vida más sabia, pero más
difícil”. Quizás por ese consejo obtuvo su título de contador, título que le
permitió en varias oportunidades mantener el delicado equilibrio entre la
“mística” y la “mástica”.
Le gustaba citar a Ramiro de Maetzu:
“Si el almirante Cambaceres hubiera tenido una amante como Lady Hamilton, no habría
sido Nelson el ganador de la batalla de Trafalgar y España sería grande”. Y en
su propia vida su gran amor fue una talentosa mujer, su musa inspiradora, se
conocieron cuando él tenia dieciocho años: Lydia Argentina Viola, delicada
alma, compañera siempre.
Y como buen
contador aplicó el principio, adaptado por supuesto, de la partida doble, un 28
de abril del año 2001 desde Boedo partió como hombre (presencia física) y como
cordial amigo, cálida carnadura habitante de su querido barrio.
Así terminó como
él definía: “Ese capítulo que solo para que nos entendamos, llamamos vida”...
Nos había
dicho: ”...Quizás nos volveremos a ver en algunas sensaciones que ya no
existen, en unas calles que solo viven para nosotros, junto a una cortada con
voz a púa gangosa, a colilla de cigarrillo impreso en una noche que solo sirve
para evocar”.
Minutos
antes del final escribió: “Abro el arcón donde guardo/ retratos, frases,
poemas./ El futuro sigue aún manejando el misterio./ En el vacío de la luz/ aún
me seduce lo inédito”.
Camino
al hospital no pronunció palabra, solo se persignó.
ALBERTO DI NARDO
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