TEATRO
GIÁCOMO de Armando
Discépolo, con dirección de Raúl
Serrano
En el
Teatro del Artefacto, Sarandí 760.
EL
GROTESCO NUESTRO DE CADA DÍA
La
ética de Armando Discépolo, nacido en Buenos Aires en el año 1887 y fallecido en
el año 1971, es probablemente la razón por la cual su obra se mantiene vigente.
Desde su juventud cuando llevaba a su hermano Enrique Santos a la casa del
artista plástico Facio Hebecker y participaba de las reuniones de intelectuales
libertarios, entre otros los hombres que con el tiempo iban a formar colectivos
de importancia para nuestra cultura popular como el Grupo Boedo, defendía una
posición moral con una fuerte convicción. Como dramaturgo, inspirado por
escritores como Dostoievski, Andreiev, Tolstoi
y con la corriente del verismo teatral italiano como Luigi Chiarelli,
Luigi Pirandello y Edoardo De Filippo, comenzó a desarrollar una dramaturgia
coherente y poderosa. En esos años los aportes del “sainete porteño” y el
“grotesco criollo” comenzaban a ocupar un lugar en la cartelera que culminaría
como un aporte al corpus teatral del
siglo veinte. El primero necesitaba de espacios al aire libre para reflejar la
Babel que era el Buenos Aires de entonces con gente venida de todo el mundo,
calles del suburbio y especialmente los patios de los conventillos. En el
segundo caso las preferencias eran los interiores, casas-corralón, tristes y decadentes
habitaciones, atmósferas opresivas siempre con un arracimado conjunto de
buscavidas, desclasados para mostrar las angustias y frustraciones de los
hombres que habían llegado a estas tierras con la esperanza de hacer L’América
y que ya en las primeras décadas del siglo se encontraban con una situación de
incertidumbre económica y desigualdad, con convulsiones sociales y que derivaba de procesos mundiales que
desembocarían en la crisis de 1929.No es el objetivo historiar el proceso en
ésta breve nota, sólo describir someramente y contextualizar dónde y cómo se
gestó éste género teatral. Giácomo, una de los últimos grotescos creados por
Discépolo muestra la decadencia de un núcleo familiar, con un personaje central
(el que da nombre a la pieza), un inmigrante italiano venido a menos y una
jauría de parientes que lo acechan por su probable fortuna hecha en los tiempos
de bonanza. No vamos a contar nada más, el espectador debe verla, apreciar y
completar la obra según sus propios parámetros.
Jorge
Ochoa puede hacer el papel principal luego de una seria y extensa trayectoria,
el rol no es para principiantes, hay que transmitir todo el dolor, bajo un
disfraz a veces risueño, con una gran expresividad. El elenco que completan
Lourdes Cerdán (muy justa en su técnica), Annie Fink, Noelia Torregiani, Xristian Grilli, el experimentado y sólido
Hugo Gregorini y Johana Chiefo es muy
eficaz, teniendo en cuanta que la técnica actoral en éste tipo de obras
aparenta, sólo aparenta, ser sencilla.
La
dirección del maestro Raúl Serrano con la asistencia de Manuela Serrano Bruzzo
es precisa, necesaria para una dramaturgia de fácil tendencia al desborde. Serrano,
un docente muy respetado, rescata en sus cursos de teatro el género del
grotesco, injustamente poco frecuentado en la escena local.
En el
programa de mano se lee “Somos una sociedad que no distingue un valor de otro,
una sociedad grotesca”. Claro, éstas palabras tan ciertas no pueden sino
hacernos reflexionar sobre nuestra época, nuestra sociedad, donde los valores
de la caridad, la solidaridad, el amor al prójimo sin importar el dinero y el éxito
económico están en desuso y reinan la perversidad de los vínculos contaminados
por el interés material.
En resumen: muy buena obra sobre los valores,
muy bien resuelta, de gran valor. Porque refleja lo que todos vivimos - de
alguna manera- el “grotesco” nuestro de cada día.
ALBERTO
DI NARDO
JULIO
2013
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