jueves, 1 de agosto de 2013





              
TEATRO

GIÁCOMO  de Armando Discépolo, con dirección de Raúl Serrano

En el Teatro del Artefacto, Sarandí 760.

 

EL GROTESCO NUESTRO DE CADA DÍA

 

La ética de Armando Discépolo, nacido en Buenos Aires en el año 1887 y fallecido en el año 1971, es probablemente la razón por la cual su obra se mantiene vigente. Desde su juventud cuando llevaba a su hermano Enrique Santos a la casa del artista plástico Facio Hebecker y participaba de las reuniones de intelectuales libertarios, entre otros los hombres que con el tiempo iban a formar colectivos de importancia para nuestra cultura popular como el Grupo Boedo, defendía una posición moral con una fuerte convicción. Como dramaturgo, inspirado por escritores como Dostoievski, Andreiev, Tolstoi  y con la corriente del verismo teatral italiano como Luigi Chiarelli, Luigi Pirandello y Edoardo De Filippo, comenzó a desarrollar una dramaturgia coherente y poderosa. En esos años los aportes del “sainete porteño” y el “grotesco criollo” comenzaban a ocupar un lugar en la cartelera que culminaría como un aporte al corpus teatral del siglo veinte. El primero necesitaba de espacios al aire libre para reflejar la Babel que era el Buenos Aires de entonces con gente venida de todo el mundo, calles del suburbio y especialmente los patios de los conventillos. En el segundo caso las preferencias eran los interiores, casas-corralón, tristes y decadentes habitaciones, atmósferas opresivas siempre con un arracimado conjunto de buscavidas, desclasados para mostrar las angustias y frustraciones de los hombres que habían llegado a estas tierras con la esperanza de hacer L’América y que ya en las primeras décadas del siglo se encontraban con una situación de incertidumbre económica y desigualdad, con convulsiones sociales y  que derivaba de procesos mundiales que desembocarían en la crisis de 1929.No es el objetivo historiar el proceso en ésta breve nota, sólo describir someramente y contextualizar dónde y cómo se gestó éste género teatral. Giácomo, una de los últimos grotescos creados por Discépolo muestra la decadencia de un núcleo familiar, con un personaje central (el que da nombre a la pieza), un inmigrante italiano venido a menos y una jauría de parientes que lo acechan por su probable fortuna hecha en los tiempos de bonanza. No vamos a contar nada más, el espectador debe verla, apreciar y completar la obra según sus propios parámetros.

Jorge Ochoa puede hacer el papel principal luego de una seria y extensa trayectoria, el rol no es para principiantes, hay que transmitir todo el dolor, bajo un disfraz a veces risueño, con una gran expresividad. El elenco que completan Lourdes Cerdán (muy justa en su técnica), Annie Fink, Noelia Torregiani,  Xristian Grilli, el experimentado y sólido Hugo Gregorini y Johana Chiefo  es muy eficaz, teniendo en cuanta que la técnica actoral en éste tipo de obras aparenta, sólo aparenta, ser sencilla.

 

 

La dirección del maestro Raúl Serrano con la asistencia de Manuela Serrano Bruzzo es precisa, necesaria para una dramaturgia de fácil tendencia al desborde. Serrano, un docente muy respetado, rescata en sus cursos de teatro el género del grotesco, injustamente poco frecuentado en la escena local.

En el programa de mano se lee “Somos una sociedad que no distingue un valor de otro, una sociedad grotesca”. Claro, éstas palabras tan ciertas no pueden sino hacernos reflexionar sobre nuestra época, nuestra sociedad, donde los valores de la caridad, la solidaridad, el amor al prójimo sin importar el dinero y el éxito económico están en desuso y reinan la perversidad de los vínculos contaminados por el interés material.

 En resumen: muy buena obra sobre los valores, muy bien resuelta, de gran valor. Porque refleja lo que todos vivimos - de alguna manera- el “grotesco” nuestro de cada día.

 

ALBERTO DI NARDO

JULIO 2013
             

No hay comentarios:

Publicar un comentario